domingo, 11 de septiembre de 2016

Una Carta Especial del Papa Juan Pablo II a las Familias (1994)

Padre John McCloskey


El documento más sincero y personal que ha escrito en su pontificado el Papa Juan Pablo II es su Carta a las Familias.. Fue emitido en 1994, durante la celebración del Año Internacional de la Familia, promovido por las Naciones Unidas. Leamos el comienzo: "La celebración del Año de la Familia me ofrece la grata oportunidad de llamar a la puerta de vuestros hogares, deseoso de saludaros con gran afecto y de acercarme a vosotros". Esta es una verdadera carta escrita por un padre cariñoso a sus hijos , repleta de amor y buenos consejos. El Papa no envía chatarra por correo..
El contenido de esta carta se refiere a nuestra batalla mortal (o más bien inmortal) entre dos mundos irreconciliables: el catolicismo y el humanismo secular. Todo lo demás es secundario. En última instancia, por medio de nuestra fe en la resurrección de Jesús mientras esperamos su segunda venida, sabemos que ya la guerra se ha ganado. Sin embargo, dado que creemos en el libre albedrío, la vida y la salvación de billones de almas están en juego, y no sabemos quien pasará a la eternidad en comunión con Dios o en la soledad individual y eterna del infierno. En esta guerra todos somos combatientes; nadie puede quedarse al margen.
Vivimos momentos de particular interés para reunirnos, escuchar, cuestionar, discutir y actuar, porque el ataque contra la Iglesia y la familia no es nada velado. Solamente aquellos que están totalmente aislados de los medios de comunicación podrían engañarse.

Los resultados de la Conferencia de Cairo sobre población mundial, el clarísimo programa del regimen político en Washington, y el asalto frontal de la industria del entretenimiento contra todo lo que es natural, muestran que el demonio cree que puede mostrar su mano claramente sin peligro de perder terreno.
Por otra parte, los viajes recientes del Papa y sus enseñanzas en los Estados Unidos, la heroica defensa de la familia y de la humanidad que desplegó el Vaticano en Cairo, el magnifico trío que constituyen el Catecismo de la Iglesia Católica, la encíclica Veritatis Splendor (el Esplendor de la Verdad) y la Carta a las Familias nos dan no sólo esperanza y coraje, sino que también constituyen instrumentos magníficos para nuestra eventual victoria en este conflicto, aún en sentido temporal.
Desde 1978 Juan Pablo II ha venido señalando constantemente que el milenio es un momento clave para el mundo y la Iglesia. Y no sabemos si esto simplemente se debe a un asunto de planificación estratégica para su pontificado o responde a una revelación mística.
La situación en los Estados Unidos
En lo que se refiere a la situación de la familia en los Estados Unidos, yo referiría al lector al Indice de los principales Indicadores Culturales compilado en 1993 por el ex Secretario de Educación William J. Bennett. En todas las categorías importantes relacionadas con la salud familiar, desde el matrimonio y el divorcio hasta el suicidio en los adolescentes, abuso infantil y aborto, durante los últimos 40 años ha habido y continúa habiendo una declinación precipitada, al menos desde el punto de vista de los cristianos fieles a las enseñanzas de la Iglesia.
Muchas personas no aciertan a explicarse este derrumbamiento sin precedentes de las normas sociales. No así el Santo Padre. En su Carta a las Familias nos dice: "nuestra civilización, que aún teniendo tantos aspectos positivos a nivel material y cultural, debería darse cuenta de que, desde diversos puntos de vista, es una civilización enferma, que produce profundas alteraciones en el hombre." (número 20).
El Papa Juan Pablo señala que "las ideas tienen consecuencias" y la razón básica para la actual desintegración social es la implantación de teorías filosóficas que datan del período de la Ilustración, combinado con una merma desastrosa de la influencia del cristianismo en la sociedad. El Santo Padre también señala que solamente una nueva evangelización de la sociedad contemporánea con la "plenitud de la verdad" puede vencer este desquebrajamiento de la sociedad centrada en la familia.
El Papa demuestra que las raíces filosóficas de las miserias actuales han dado lugar a lo que él llama "un nuevo maniqueísmo en el cual el cuerpo y el espíritu son contrapuestos radicalmente entre sí: ni el cuerpo vive del espíritu, ni el espíritu vivifica al cuerpo. Así el hombre deja de vivir como persona y sujeto. No obstante las intenciones y declaraciones contrarias, él se convierte exclusivamente en un objeto. De este modo, por ejemplo, dicha civilización neomaniquea lleva a considerar la sexualidad humana, más como un terreno de manipulación y explotación" (número 19).
El Papa contrasta la revelación cristiana con el racionalismo. Señala que "El racionalismo moderno no soporta el misterio… interpreta la creación y el significado de la existencia humana de manera radicalmente diversa; pero si el hombre pierde la perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a vivir en El y con El; si a la familia no se le da la posibilidad de participar en el "gran misterio", ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida? Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa de la ganancia, la ganancia económica ante todo." (número 19).
La sociedad moderna de hoy en día está basada sobre todo en el homo economicus, el hombre económico carente de todo destino sobrenatural o espiritual, tanto aquí como en el más allá. El positivismo, el utilitarismo, el maniqueísmo y el racionalismo modernos son algunas de las teorías que por lo general gobiernan el estilo de pensamiento, de vida y de trabajo de la mayoría de las personas.
El Papa explica que el efecto de esta manera de pensar es desvastador para la familia:
A veces pareciera que se realizan esfuerzos concertados para presentarnos como "normales", atractivas y aun glamorosas, algunas situaciones que en realidad son "irregulares", y que por cierto contradicen la "verdad y el amor" que deberían ser la inspiración y guía de todas las relaciones entre hombres y mujeres, causando así tensiones y divisiones en las familias, con graves consecuencias, especialmente para los niños. La conciencia moral se oscurece. Se deforma lo que es verdadero, bello y bueno, y la libertad viene a ser sustituida por algo que realmente es esclavitud!
En verdad que cada día estamos más esclavizados al pecado bajo las formas engañosas del placer, del ocio, de las apariencias, del éxito, de la seguridad, la salud, o las riquezas, la novedad, el progreso, la longevidad o el crecimiento personal. Si en nuestra "iglesia doméstica" rendimos culto aún parcialmente, a estas ideas, estamos contribuyendo a construir la ‘cultura de la muerte'.
Los hijos como "accidentes"
Dentro de la actual "cultura de la muerte", el matrimonio es visto como un contrato de fácil ruptura, basado en gran medida en la conveniencia mutua y la explotación sexual recíproca. Los hijos son vistos, ya sea como una planificación cuidadosa en la cual "uno es para ti y otro es para mí", o como "accidentes". Se hace burla y se obstaculiza el papel divino de creación y dirección mediante la explotación mutua de los anticonceptivos o la destrucción deliberada de los hijos de Dios que están por nacer.
En esta "civilización del individualismo", dice el Santo Padre, los hijos son los "huérfanos de padres vivos" (Número 14), y quedan abandonados para tratar de entender el significado de la vida, observando el pobre ejemplo de sus padres sumergidos en el placer sensual, el egoísmo de los anticonceptivos y de la seguridad mundana.
Los hijos reciben estos "ideales" del mundo caído que los rodea y se refleja en las vidas y opiniones de sus compañeros. Su educación la reciben de la desolación secular de la gran mayoría de las instituciones de educación pública y privada, o del mundo del entretenimiento masivo cuyos valores son los mismos que los del infierno. ¿Tienen estos hijos oportunidad para lograr la verdadera felicidad en esta vida, por no hablar de la venidera? Con el tiempo, dependerá de que construyamos la "civilización del amor".
La mayoría de las personas y de las familias sucumben al "individualismo" en vez de optar por un "personalismo" católico. El Santo Padre señala que "el individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, ‘estableciendo' él mismo la ‘verdad' de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro ‘quiera' o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere ‘dar' a otro sobre la base de la verdad; no quiere convertirse en una ‘entrega sincera'. El individualismo es, por tanto egocéntrico y egoísta... en la base del utilitarismo ético está la búsqueda constante del ‘máximo' de felicidad: una ‘felicidad utilitarista', entendida sólo como placer, como satisfacción inmediata del individuo, por encima o en contra de las exigencias objetivas del verdadero bien. El proyecto del utilitarismo, basado en una libertad orientada con sentido individualista, o sea una libertad sin responsabilidad, constituye la antítesis del amor... " (Número 14).
Todos conocemos familias y personas que han caído víctimas de esta tentación como resultado de presiones internas y externas. Todos hemos visto su miseria e infelicidad, su desorientación y depresión.
Sin embargo, no está todo perdido. El Santo Padre indica que "El amor de los esposos y de los padres tiene la capacidad para curar semejantes heridas" (número 14). La fuerza principal para encontrar el perdón y la conversión es la oración, como señala el Papa incansablemente, y también por medio de los sacramentos. "Precisamente por esto, los miembros de la familia necesitan encontrar a Cristo en la Iglesia a través del admirable sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación" (Número 14).
El Papa no ignora que en muchos casos habrá necesidad urgente de consulta y tratamiento de médicos y psicólogos que sean fieles católicos. Sin embargo, en última instancia, los remedios espirituales son los prioritarios porque sólo por su medio puede curarse la separación de Dios y unir a cada persona con Cristo por medio del ministerio de la Iglesia.
En el centro de todas las enseñanzas de este pontificado está el concepto del "personalismo", de la inviolabilidad de "la dignidad de la persona humana". Mientras que la sociedad y los gobiernos están basados en los "derechos" del individuo autónomo, la Iglesia nos enseña que somos "personas", y constituimos una unidad de cuerpo y alma, con un destino sobrenatural.
El Santo Padre indica que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios no puede encontrarse plenamente a sí mismo excepto por la sincera entrega de sí mismo. Sin este concepto del hombre, de la persona y de la ‘comunión' de personas en la familia, no puede darse la civilización del amor. De igual manera, sin la civilización del amor, es imposible tener dicho concepto de persona y de comunión de personas.
Estamos llamados a vivir en comunidad social, siendo la primera de ellas la familia. Debe entenderse desde el principio que el hombre como persona dentro de la familia, tiene un destino sobrenatural. Ha sido creado en última instancia en y para la gloria de Dios.
Por tanto, en razón de la naturaleza con que Dios el Creador lo ha dotado, sólo puede alcanzar la felicidad en esta vida y después en el cielo, si vive en Cristo y con Cristo, su Redentor, quien es "el Camino, la Verdad y la Vida".
No hay más forma de hacer esto excepto por medio de lo que el Santo Padre señala como el "sincero don de sí", o sea, una vida de servicio a Dios, a su Iglesia y al mundo, por medio del servicio al prójimo. Este es el mensaje, la verdad que debemos convertir en realidad en nuestras vidas y la verdad que debemos comunicar a otros, en la medida de nuestra capacidad, comenzando por los miembros de nuestra familia y alcanzando a todos aquellos que Dios ha puesto en nuestro camino a lo largo de nuestra vida.
Es muy sencillo: nuestra "cultura de la muerte" en América se ha apartado de la persona y de las enseñanzas de Cristo. Todos los males sociales pueden remitirse en última instancia al pecado, ya sea el pecado original de nuestros primeros padres o nuestros pecados actuales.
Para el Papa, la familia constituye uno de los numerosos senderos por los que camina la gente. Dice "la familia es el primero y más importante (camino). Es un camino común, aunque particular, único e irrepetible, como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser humano... Incluso cuando decide permanecer solo, la familia continúa siendo, por así decirlo, su horizonte existencial como comunidad fundamental sobre la que se apoya toda la gama de sus relaciones sociales, desde las más inmediatas y cercanas hasta las más lejanas" (Número 2).
Jesucristo, la Palabra hecha carne, escogió ser parte de la familia humana de María y José. "El Misterio Divino de la Encarnación del Verbo está, pues, en estrecha relación con la familia humana." (Número 2).
El camino más importante
La familia, nuestra familia, es el camino más importante en el que andamos. Más importante que el trabajo, que el descanso, la vida social, los intereses culturales, la actividad política, las obras de caridad, y sobre todo, más importante que el "desarrollo personal". Ciertamente es más importante que ser "modernos", "contemporáneos" o estar "al día"!
¿Podríamos decir sinceramente que nuestra vida familiar la vemos y la vivimos siempre como la prioridad de nuestra vida y es conocida y vista como tal, por otros, comenzando con nuestra familia inmediata y extendiéndose a todos los niveles hasta incluir a todos aquellos que entran en contacto con nosotros?
Esto lógicamente requiere sacrificio, a veces considerable y sin duda alguna nos pondrá aparte de muchos o aún de la gran mayoría de nuestros prójimos.
Por otra parte, fue precisamente este tipo de testimonio sacrificado de parte de las primeras familias cristianas, el que a lo largo de los siglos, transformó poco a poco un medio pagano muy parecido al actual, en una cultura cristiana en la que la ley natural y la ley revelada vinieron a ser la ley de los países. Sólo si los padres de familia actuales o futuros le dan a la familia el primer lugar, sus hijos harán lo mismo, y luego los hijos de sus hijos.
El Papa señala que las parejas como personas hacen "una elección consciente y libre" que es el origen del matrimonio. Esta opción libre les da una identidad que consiste en la "capacidad de vivir en la verdad y en el amor". Como tal, indica, existe "una cierta semejanza entre la unión de las Personas Divinas (en la Santísima Trinidad) y la unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor" (Cost. Past. Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 24 ) (Carta a las Familias, número 8).
De esto fluyen dos aspectos del matrimonio cristiano: primero la unidad, un solo hombre con una sola mujer, cuerpo y alma; y segundo, la indisolubilidad del matrimonio ("lo que Dios ha unido no lo desuna el hombre").
"Mediante la comunión de personas que se realiza en el matrimonio, el hombre y la mujer dan origen a la familia", continúa señalando el Papa. "La paternidad y la maternidad humanas están basadas en la biología y, al mismo tiempo, la superan" (número 9). Lo que el Santo Padre reitera aquí es el papel que juega Dios tanto en el matrimonio como en la procreación humana. Agrega el Papa "En la paternidad y maternidad humanas, Dios mismo está presente. La generación es, por consiguiente, la continuación de la creación" (Número 9).
El acto conyugal está abierto al poder creador de Dios de dar nueva vida, y el nuevo ser "es creado ‘por sí mismo'… El nuevo ser humano está llamado a vivir como persona; está llamado a una vida ‘en la verdad y el amor'"
La familia se origina en la realidad del amor conyugal y el Santo Padre, en su Carta a las Familias hace la siguiente descripción:
"En particular, la paternidad y maternidad se refieren directamente al momento en que el hombre y la mujer uniéndose ‘en una sola carne' pueden convertirse en padres. Este momento tiene un valor muy significativo tanto por su relación interpersonal como por su servicio a la vida. Ambos puede convertirse en procreadores –padre y madre- comunicando la vida a un nuvo ser humano. Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal". (Número 12).
Reiteradamente enseña la Iglesia la verdad sobre el hombre y la mujer, el sexo y el matrimonio, hablando del "valor como persona" de cada ser humano, de "la medida de su dignidad", y del "sincero don de sí mismo por medio de la entrega recíproca". Escribe el Santo Padre:
"Toda la vida del matrimonio es entrega, pero esto se hace singularmente evidente cuando los esposos, ofreciéndose recíprocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los dos "una sola carne" (Gen. 2,24)" (número 12).
No hay nada más anticultural ni más indicativo del origen divino de las enseñanzas de la Iglesia que su constante insistencia en el vínculo irrompible entre el significado unitivo y el significado procreativo del acto conyugal.
Los "signos de los tiempos" que vemos hoy aportan nuevas razones para reafirmar enérgicamente esta enseñanza. El mismo San Pablo, tan atento a las necesidades pastorales de su tiempo, exigía con claridad y firmeza la necesidad de "insistir a tiempo y destiempo" (2 Tm 4:2) sin temor alguno por el hecho de que "no se soportara la sana doctrina" (cf. 2 Tm 4,3). De hecho, la Encíclica del Santo Padre Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida) reafirma la continua enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad en lo relativo al matrimonio y la familia...
La Iglesia enseña la verdad moral sobre la paternidad y maternidad responsables, defendiéndola de las visiones y tendencias erróneas difundidas actualmente. El Papa afirma que la persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar un fin; jamás sobre todo, un medio de placer. "La persona es y debe ser sólo el fin de todo acto. Solamente entonces la acción corresponde a la verdadera dignidad de la persona" (número 12).
Sabemos que esto es cierto porque la Iglesia lo enseña, porque la ley natural mediante el uso de nuestra razón natural nos lo dice, y también porque la experiencia evidente es abrumadora. Una vez que se separa la sexualidad de la apertura a la vida, reinan el egoísmo y el hedonismo, y la familia que es la célula vital de la sociedad, se auto destruye. Afirma el Santo Padre que "una civilización inspirada en una mentalidad consumista y antinatalista no es ni puede ser nunca una civilización del amor" (número 13).
LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR
El Santo Padre usa a menudo la frase "civilización del amor". Tal como el propio Papa lo dice en su carta "De lo expuesto hasta aquí se deduce claramente que la familia constituye la base de lo que Pablo VI calificó como ‘civilización del amor' ". "El futuro de la humanidad pasa por la familia" dice por otra parte.
Lo que estoy tratando de representar es el significado de la Carta mediante citas y comentarios que conduzcan a una acción exterior, pero ciertamente y más importante, a la acción interior.
El punto clave es que la "civilización (o cultura) del amor" sólo podrá ser una realidad en nuestro mundo si primero comprendemos que tenemos que construirla paso a paso en el interior de nuestro propio ser, nuestro cuerpo y nuestro espíritu mediante la unión íntima con Cristo.
Esta unión se realizará, como insiste el Santo Padre en toda la Carta, mediante la oración. En las palabras del Papa, "Es necesario que la oración sea el elemento predominante del Año de la Familia en la Iglesia: oración de la familia, por la familia y con la familia" (número 4).
Por supuesto que al hablar de oración se incluye toda la vida sacramental de la Iglesia, la práctica de la oración mental y vocal, y un profundo y creciente conocimiento de la Sagrada Escritura en asentimiento de todo conrazón con las enseñanzas de la Iglesia. No hay otra manera de construir la cilivización del amor y de combatir la cultura de la muerte.
Durante los primeros once años de su pontificado, casi por sí solo, el Papa (por supuesto mediante la intercesión de Nuestra Señora de Fátima), destruyó la filosofía marxista y su "imperio del mal". No me extrañaría que en los años que le quedan , él y nosotros eventualmente alcancemos la victoria y el triunfo sobre la cultura de la muerte.
Además de la gracia y la verdad que son irresistibles en todo tiempo, contamos con dos armas que nos aseguran la victoria. Por una parte, estamos dispuestos a dar la vida por nuestra fe. Los que abogan por la cultura de la muerte no están dispuestos a sacrificar ni la más pequeña comodidad. Por otra parte, ni siquiera se "reproducen", mientras que nosotros "procreamos" –tanto espiritual como físicamente- a un ritmo que para ellos es alarmante. Las familias y las vocaciones prevalecerán siempre sobre las personas estériles.
El Papa dice que "en la oración y mediante la oración, el hombre descubre de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la oración, el "Yo" humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como persona" (número 4).
Lo que dice aquí el Papa es simplemente que el hombre o la familia nunca son más ellos mismos que cuando entran en conversación, en diálogo con Dios. "La oración es acción de gracias, alabanza a Dios, petición de perdón, súplica e invocación. En cada una de estas formas, la oración de la familia tiene mucho que decir a Dios" (número 10).
Las propositos que la familia católica contemporánea tiene que tomar son claras y desafiantes. Deberán hacerse esfuerzos para que la familia ore junta todos los días. Por supuesto que esto deberá ajustarse a los horarios, circunstancias, edades y condiciones de cada familia en particular, sin que se conviertan en excusas como bien sabemos que sucede a menudo. El rosario en familia, la lectura diaria de la Escritura comentada, un tiempo breve de oración mental, diversas oraciones vocales y devociones, el ofrecimiento de la mañana, las bendiciones antes y después de las comidas, la Misa diaria, la confesión frecuente, las celebraciones especiales de las fiestas de la Iglesia, las peregrinaciones familiares a los templos locales, todas y cualquiera de estas prácticas podrían incorporarse dentro del horario cotidiano y semanal de la familia católica.
Claro que exige sacrificio y equilibrio en los horarios, pero Dios siempre viene primero. Se podría argumentar, "Pero no queremos convertir nuestro hogar en monasterio", y es verdad, pero es necesario recordar que la familia es la "iglesia doméstica"! Después de todo, considerando que la típica familia americana mira televisión siete horas al día, ¿será demasiado pedir que en un hogar católico se dedique una hora distribuida a lo largo del día a las prácticas devotas?
Recordemos que si los niños no adquieren en su hogar la práctica de la oración y de los sacramentos, es muy difícil que la adquieran en otro sitio. Como se señala en la Carta, "La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la ‘fuerza' de Dios" (número 4). En estos tiempos es prácticamente imposible que la familia sobreviva intacta, mucho menos que prospere, sin participar en el poder de Dios mediante la oración.
Una pareja católica con estos medios fuertemente arraigados logrará una diferencia enorme en su actitud tanto hacia la procreación como la educación de la prole. Si verdaderamente los hijos constituyen un "regalo" de Dios, creados para su propio fin, entonces los padres, con sus ojos en la voluntad de Dios y su propia recompensa en el cielo, y tomando en cuenta sus circunstancias, estarán naturalmente abiertos al número de hijos que Dios les envíe. Esta ha sido la práctica a lo largo de la historia hasta los tiempos más recientes.
Los hijos serán entonces, criados, formados y educados para desarrollar su carácter, crecer en la virtud, sabiduría y gracias. Aprenderán que la familia es primero y tendrán un gran amor y conocimiento de sus antepasados, comenzando con sus padres y abuelos (sin quedarse en la sola genealogía). Deberán conocer y apreciar profundamente la historia familiar y buscar como proyectar esa historia en el futuro con sus propias familias. Serán criados para ser rocas de la Iglesia, fuertes en el conocimiento y la práctica de la Fe. Aprenderán a amar todas las cosas buenas y saludables de la creación, tanto en la naturaleza como los tesoros de la civilización, principalmente del Cristianismo.
Vivirán sin temor, conscientes de que Dios cuenta con ellos para ser de los suyos en el mundo, dándoles para ello la ayuda necesaria. Su formación les permitirá vivir conscientes de que la única meta verdadera en la vida es la santidad y que la felicidad consiste en buscar y seguir la voluntad de Dios a cualquier costo.
El ejemplo de los padres
Del ejemplo de sus padres aprenderán que el matrimonio es camino para la santidad y vocación, y que el celibato apostólico, por el reino de Dios es un don superior que con anhelo deberán abrazar si Dios lo desea. Esto es, en verdad, la construcción de la civilización del amor.
Una resolución importante de esta Carta es la obligación de practicar la caridad en el sentido de "ser" familia para muchos que nos rodean, especialmente para aquellos que carecen de padre, madre o hermanos y hermanas, o de hijos. El Papa al respecto insiste en varios puntos de la Carta que "el bien se difunde a sí mismo".
Nuestras familias han de sentirse lo suficientemente seguras con dependencia total de Dios, para poder proyectarse y ser Cristo para otros. Nosotros no somos "el resto", ni tampoco debemos esforzarnos para colocarnos fuera de peligro, y llegar a ser simples "sobrevivientes" de este naufragio social. Para construir la civilización del amor se requiere que pongamos mucha iniciativa, visión e imaginación, y por supuesto, colaborar con las demás familias.
Acerca de nuestras relaciones con otras familias, dice el Papa, "Es importante que las familias traten de construir entre ellas lazos de solidaridad. Esto, les permite sobre todo, prestarse mutuamente un servicio educativo común: los padres son educados por medio de otros padres, los hijos por medio de otros hijos. Se crea así una peculiar tradición educativa que encuentra su fuerza en el carácter de "iglesia doméstica", que es propio de la familia" (número 16).
Cada familia debería quizás hacerse el propósito de involucrarse con una asociación que promueva la visión católica de la familia, al menos a nivel de miembro. Después de todo, es fácil observar cuánto bien puede lograrse por medio de la oración, el sacrificio y la acción de unas pocas parejas que se unen para hacer el bien!
Dice el Papa: "...hay que recordar dos verdades fundamentales. La primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Esto es válido tanto para quien educa como para quien es educado". (número 16).
En el ámbito de la educación, la Iglesia tiene un papel específico que desempeñar. A la luz de la tradición y las enseñanzas del Concilio, puede decirse que no es sólo cuestión de confiar a la Iglesia la educación moral y religiosa de las personas, sino de promover el proceso total de la educación del individuo "junto con" la Iglesia. Es por cierto en el área de la educación religiosa en el que la familia tiene un papel irremplazable, lo que permite caracterizar a la familia como la "iglesia doméstica".
Dicho de manera lisa y llana, si los niños no aprenden su fe, los padres no pueden culpar a nadie, excepto a sí mismos. Y no estoy hablando de práctica. En última instancia ello vendrá como el resultado de la gracia de Dios y el ejercicio de su libre albedrío, correcto o equivocado y así serán premiados o castigados. No obstante la misión más importante de los padres de familia es pasar la batuta, la "traditio", de la Fe Católica.
Esto puede requerir todo tipo de sacrificios, inclusive la enseñanza directa y la educación de sus hijos, pero si esa es la única forma de asegurarse que reciban una educación religiosa y una formación adecuada, así deberá ser. Es claro que bien podrían privarse de una o dos horas semanales de televisión por lo menos, en aras de la causa noble y esencial de formar directamente a sus hijos, en el conocimiento de la doctrina y la moral de la Iglesia de Dios. Su felicidad futura y su capacidad de servicio dependerán de ello.
El papel del Estado
La Carta a las Familias no descuida el hecho de que corresponde al Estado un papel en la promoción y salvaguarda de la familia. El Santo Padre se refiere específicamente a la asistencia del Estado en aspectos como educación, salud y beneficios sociales, respetando siempre el citado principio de subsidariedad. El Papa hace una mención específica al trabajo y señala "Hablando del trabajo con relación a la familia, es oportuno subrayar la importancia y el peso de la actividad laboral de las mujeres dentro del núcleo familiar".
"La maternidad, con todos los esfuerzos que comporta, debe obtener también un reconocimiento económico igual al menos que el de los demás trabajos afrontados para mantener la familia en una fase tan delicada de su existencia" ( número 17). El Estado y un sistema económico justo deberían asegurar siempre que las madres nunca se verán forzadas a trabajar fuera del hogar contra su voluntad a causa de presiones financieras. "Conviene hacer realmente todos los esfuerzos posibles para que la familia sea reconocida como sociedad primordial y en cierto modo "soberana". ... Una Nación verdaderamente soberana y espiritualmente fuerte está formada siempre por familias fuertes, conscientes de su vocación y de su misión en la historia" (número 17).
Cuando participemos en el proceso democrático, y estudiemos legislaciones y posible candidatos, en nuestra mente debe prevalecer una pregunta: "¿Mi apoyo a esta persona o a esta ley servirá para construir la soberanía de la familia en nuestro país?"
La Carta cierra adecuadamente con una mención a Jesucristo en el juicio final. "¿Cristo es, pues, juez? Tus propios actos te juzgarán a la luz de la verdad que tú conoces. Lo que juzgará a los padres y madres, a los hijos e hijas, serán sus obras. Cada uno de nosotros será juzgado sobre los mandamientos. ...Sin embargo, cada uno será juzgado ante todo sobre el amor, que es el sentido y la síntesis de los mandamientos. " (número 22).
El Papa nos asegura que este amor será medido por la forma en que tratamos a Cristo en los otros, "una mies de gracias y obras buenas" (número 22). Y hace referencias específicas y conmovedoras sobre cómo debemos recibir a Cristo en situaciones de crisis familiares: "fui niño abandonado y fuisteis para mí una familia; fui niño todavía no nacido y me acogisteis permitiéndome nacer; fui niño huérfano y me habeis adoptado y educado como a un hijo vuestro... Ayudasteis a las madres que dudaban o que estaban sometidas a fuertes presiones, para que aceptaran a su hijo no nacido y le hicieran nacer; ayudasteis a familias numerosas, familias en dificultad para mantener y educar a los hijos que Dios les había dado" (número 22).
Nos previene también de las situaciones cuando el Señor pueda decir: "No me habéis recibido", identificándose con la mujer o el marido abandonado, con el niño concebido y rechazado. Este juicio "implica también a instituciones sociales, Gobiernos y Organizaciones internacionales" (número 22).
Es importante que las familias católicas lean, subrayen, destaquen y sobre todo, oren con esta Carta. Ante Jesucristo su Redentor y su Juez, deberán sacar sus propias conclusiones y resoluciones como individuos, como parejas y como familias.
Cabe recordar, afirma el Papa, que "no bastan solamente los testimonios escritos. Mucho más importantes son los testimonios vivos... A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo Redentor del hombre. ... Que María, Madre del amor hermoso, y José Custodio del Redentor, nos acompañen a todos con su incesante protección! (Número 23).
Traducido por Julia A. Jarquín Agosto 18, 2004
Leer el texto oficial de la carta a las familias en el sitio oficial vatican.va

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