lunes, 12 de septiembre de 2016

Sexualidad humana: Verdad y Significado (1995)

El documento "Sexualidad humana:Verdad y significado. Orientaciones educativas en familia" fue promulgado por el Pontificio Consejo para la Familia en 1995.
La importancia del documento Sexualidad humana:
Verdad y significado en la vida de la Iglesia
Por Monseñor Ignacio Barreiro Carámbula, S.T.D.
Quince años después de la promulgación del documento Sexualidad humana: Verdad y significado, del Pontificio Consejo para la Familia1 , es importante re-examinarlo y considerar cómo en este documento la Iglesia ejercita el deber y el derecho que Cristo le ha dado de proporcionar una dirección clara y segura en materia moral, para fomentar el crecimiento en la virtud de sus miembros. Hay una evidente relación entre la vida en la Iglesia y la experiencia moral 2. De manera que se impone la necesidad de ver la importancia que tiene este documento tan oportuno en la vida de la Iglesia.
Podemos demostrar que tiene una validez permanente por muchas razones. Primero, porque los problemas que trata son una realidad constante en una naturaleza que no está sujeta a cambio; una naturaleza humana que ha sido herida por el pecado original. (No es ni siquiera necesario saber que tanto San Agustín3  como Santo Tomás de Aquino4  nos dicen que la parte más afectada de la persona humana se encuentra en sus inclinaciones sexuales, porque ello es una dato evidente de la experiencia humana.) Y segundo, porque vivimos en una sociedad que explota la sexualidad humana, y esta degradación ha alcanzado nuevas bajezas de envilecimiento en las últimas décadas.


La necesidad pastoral de este documento
Este documento fue publicado para responder a una auténtica necesidad pastoral, motivado por la proliferación de todo tipo de programas de “educación sexual”, cuya única preocupación es el evitar los embarazos en las adolescentes y el contagio de enfermedades de transmisión sexual, así
como la enseñanza de los métodos anticonceptivos. Es interesante notar que la mayoría de estos programas han fracasado en cuanto a lograr estos tres objetivos. Y peor aún, algunos de estos programas fueron elaborados precisamente para destruir todo tipo de modestia, reserva y fundamento moral, y para crear un contexto social en el cual fuese aceptable una desenfrenada depravación sexual.5
Hay una conexión entre este tipo de programas y la “revolución sexual’ que comenzó en la década de 1960. Estos programas se basan en una visión materialista y hedonista del hombre, que es promovida por diferentes organizaciones gubernamentales, públicas y privadas a nivel internacional. Estos grupos promueven todo tipo de falsos derechos, como los “derechos sexuales y reproductivos”, que en realidad lo que promueven es el aborto a petición. También promueven el mal llamado “sexo seguro”, que en realidad se refiere a relaciones sexuales anticonceptivas o el falso derecho a obtener información sobre la “planificación familiar” (otra manera de promover la anticoncepción). Todos estos programas de educación sexual tienen por objeto la destrucción de los valores naturales del hombre, que son el fundamento esencial para el crecimiento de las virtudes sobrenaturales.
El documento también enfrenta problemas dentro de la Iglesia. A menudo encontramos graves errores teológicos que han proporcionado una equivocada base doctrinal para algunos programas. Además, algunos programas que aparentemente tienen una base doctrinal sólida han demostrado un pobre discernimiento en la elección de los materiales a presentar.
Este pobre discernimiento usualmente se debe a una actitud naturalista que separa la naturaleza humana de la Ley de Dios. Cuando presentó este documento, el Cardenal López Trujillo señaló: “¿Cómo podemos negar que hay posturas de moralistas que relativizan las enseñanzas autorizadas de la Iglesia en temas como la moral sexual?”6 Lamentablemente, ambos problemas continúan, dándole validez permanente a este documento.
El objetivo del documento
El objetivo de este documento no es establecer reglas para una “educación sexual católica”. Ello sería una comprensión totalmente equivocada de las enseñanzas permanentes de la Iglesia sobre esta materia y de la meta de este documento. En vez de ello, el objetivo de este documento es promover la educación en la castidad como una virtud positiva dentro de la familia. Al mismo tiempo, cuando hablamos de la familia, no debemos adoptar la visión reduccionista actual de la familia a solamente la familia nuclear. Los abuelos también pueden ser de gran ayuda aquí.7
 La castidad “requiere una capacidad y una aptitud de dominio de sí que son signo de libertad interior, de responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás y, al mismo tiempo, manifiestan una conciencia de fe; este dominio de sí comporta tanto evitar las ocasiones de provocación e incentivos al pecado, como superar los impulsos instintivos de la propia naturaleza.”8 . Este documento enfatiza los tres objetivos que se deben lograr por medio de la educación para la castidad en la familia:
“(a) conservar en la familia un clima de amor, de virtud y de respeto a los dones de Dios, especialmente al don de la vida; (b) ayudar a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad, por medio del consejo, el ejemplo y la oración; y ayudarles a descubrir su vocación al matrimonio o a la virginidad por el Reino de Dios, respetando sus aptitudes y los dones del Espíritu Santo.”9
Derechos y deberes de los padres
Contra las tendencias totalitarias de los estados actuales y aún de algunos miembros de la Iglesia, influenciados por la mentalidad liberal y socialista de nuestros tiempos, la Iglesia necesitaba subrayar su constante enseñanza de que “Por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educarlos”.10 Ello es realizado en el seno de la familia,
que es definida por el Magisterio como Iglesia doméstica. Además del deber de cuidar material y educativamente de sus hijos, los padres tienen, “sobre todo, el deber de transmitirles la verdad de la fe hecha vida y educarlos en el amor de Dios y del prójimo”.11
La familia es el lugar fundamental y privilegiado para transmitir la fe.12
Como parte de la enseñanza de la fe, la familia tiene la responsabilidad primaria de educar en la castidad y la dignidad del amor conyugal, su papel y su ejercicio.13 Esta formación siempre debe estar integrada por la enseñanza de la Iglesia.14 Como Mons. Elliot señala, uno de los principios de este documento es que el hogar es el lugar normal donde la educación en la castidad debe ser
impartida.15 El documento en sus conclusiones subraya que “el papel de quienes ayudan a los padres es siempre a) subsidiario, puesto que la misión formativa de la comunidad familiar es siempre preferible, y b) subordinado, es decir, sujeto a la guía atenta y al control de los padres.”16
Se ha argumentado que los padres en muchos casos no tienen la capacidad técnica para ser los mejores maestros de sus hijos. Contra esta idea debemos señalar que (1) si los padres son católicos comprometidos, siempre buscarán la formación necesaria. (2) Al mismo tiempo, no es necesario tener una sofisticada formación intelectual para educar en armonía con la naturaleza; es suficiente tener
el sentido común católico y buena voluntad. De manera concomitante, la Iglesia tiene el derecho y el deber de asistir a los padres en la educación de sus hijos en dos niveles: (1) a través de la formación catequética de adultos y de programas específicos de formación en la virtud de la castidad;17 (2) los padres siempre pueden sacar valiosas lecciones de su propia experiencia como matrimonio.
Tenemos que tener la certeza de que los padres van a recibir gracias superabundantes por razón de su estado, para cumplir sus funciones como educadores de sus hijos.
Este documento subraya que “es de extrema importancia que los padres sean conscientes de sus derechos y deberes, en particular frente a un Estado y a una escuela que tienden a asumir la iniciativa en el campo de la educación sexual.”18 Lamentablemente tenemos que expresar nuestra preocupación no solamente respecto de los programas patrocinados por los gobiernos, sino también con aquellos que se usan en algunas escuelas católicas.19 Este documento enfatiza en términos contundentes el deber de los padres de proteger a sus hijos de cualquier ataque contra la virtud de
la castidad.20 Como consecuencia de ello, también enseña que los padres “serían culpables también, si tolerasen una formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar.”21 Como parte de su deber de proteger a sus hijos, los padres deben retirarlos de las clases “cuando éstas no correspondan a sus principios”22 o “estén en desacuerdo con sus propias convicciones religiosas y morales.”23 Se recomienda a los padres formar asociaciones para ayudarse mutuamente a cumplir sus funciones como educadores de sus hijos y “para contrarrestar formas dañinas de instrucción sexual y para garantizar que sus hijos se formen según los principios cristianos y en consonancia con su desarrollo personal.”24
El papel de la familia como Iglesia doméstica
El documento enfatiza la importancia de la familia cumpliendo su papel como Iglesia doméstica cuando muestra que la familia es capaz de ofrecer la óptima educación de la persona en su totalidad, particularmente cuando los hijos llegan a la adolescencia. El documento declara: “Los padres deben prepararse para dar, con la propia vida, el ejemplo y el testimonio de la fidelidad a Dios y de la fidelidad del uno al otro en la alianza conyugal. Su ejemplo es particularmente decisivo en la
adolescencia, período en el cual los jóvenes buscan modelos de conducta reales y atrayentes. Como en este tiempo los problemas sexuales se tornan con frecuencia más evidentes, los padres han de ayudarles a amar la belleza y la fuerza de la castidad con consejos prudentes, poniendo en evidencia
el valor inestimable que, para vivir esta virtud, poseen la oración y la recepción fructuosa de los sacramentos, especialmente la confesión personal. Deben, además, ser capaces de dar a los hijos, según las necesidades, una explicación positiva y serena de los puntos esenciales de la moral cristiana como, por ejemplo, la indisolubilidad del matrimonio y la conexión entre el amor y la procreación, así como la inmoralidad de las relaciones prematrimoniales, del aborto, de la anticoncepción y de
la masturbación. Respecto a estas últimas, contrarias al significado de la donación conyugal, conviene recordar además que “las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreadora, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal. En este punto, será una preciosa ayuda para los padres el conocimiento profundo y meditado de los
documentos de la Iglesia que tratan estos problemas.”32
En sus instrucciones a los padres, el documento relaciona muy bien el uso inmoral de la sexualidad fuera del matrimonio con el desprecio hacia la vida humana. El documento señala con total realismo que la concepción puede llegar a ser considerada “como un mal que amenaza el placer personal.”33 Aquí podemos ver una denuncia de tantos “programas de educación sexual”, cuyo más fuerte mensaje inmoral es: goza del placer sexual, pero asegúrate de no concebir a ningún hijo, para que no se entrometa en tu camino, como consecuencia de tu actividad sexual.
Integración en las asociaciones católicas
Para contrarrestar las tendencias hedonistas de las sociedades contemporáneas, el documento enfatiza
la importancia de “las asociaciones, los movimientos eclesiales, y el voluntariado católico y misionero”34 para la integración de la juventud. Como ya hemos visto, la formación de la castidad es parte integral de la educación general de la Fe, y esta formación debe tomar en cuenta la naturaleza social de la persona humana y la solidaridad y el apoyo que se debe encontrar en grupos sociales sanos. Es natural que los jóvenes sean capaces de asociarse a otros de su misma edad y así contrarrestar el aislamiento social de los católicos que es tan común.
En muchos lugares, los católicos sufren la experiencia alienante de ser una minoría y, en el peor de los casos, una minoría despreciada, porque son contra culturales en una sociedad dominada por antivalores materialistas.
El primer grupo social donde los jóvenes deben ser incorporados es la parroquia, pero las asociaciones católicas también pueden desempeñar un papel significativo. En el mundo de hoy, una de las actividades de esos grupos debe ser el apostolado provida. Es fácil ver el gran valor formativo que tiene para los jóvenes, cuando se paran frente a un centro abortivo para rezar el rosario y luego ven que, a través de sus oraciones y su testimonio, algunas mujeres desisten de cometer ese horrible crimen y hasta se convierten. Tampoco se puede pasar por alto en estos jóvenes que muchas de las mujeres que han decidido matar a sus hijos por nacer lo están haciendo, porque se han involucrado en relaciones sexuales inmorales. Se convierte en algo fácil de ver en esos casos que los pecados de impureza a menudo llevan al pecado aún mucho más grave del asesinato. Estos grupos sociales también pueden servir para unir familias en un área, porque algunos movimientos católicos para adultos también tienen grupos juveniles. La pertenencia a esos grupos puede continuar para proteger a los jóvenes adultos cuando van a la universidad o entran al mundo laboral.
Consultar también el artículo de CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO, "HACIA UNA AUTÉNTICA EDUCACIÓN SEXUAL", publicado en HUMANITAS Nro.5

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